La resilencia necesaria
Escuelas rurales: la resistencia necesaria
En nuestra región tenemos uno de los índices de ruralidad más bajos de España y muchas veces vivimos sumidos en una burbuja frenética de prisas, atascos y aulas masificadas. Por eso se nos olvida que existen centros -apenas a unos kilómetros de la capital- donde niños y niñas de distintas edades conviven en las aulas, aprendiendo en pequeños grupos en los que se conoce como Centros Rurales Agrupados (CRA), escuelas que acogen a diversos centros ubicados en distintas localidades pero que cuentan con los mismos profesores y un único director. También son frecuentes los CEIPSO (Colegios de Educación Infantil y Primaria y Secundaria Obligatoria), centros que agrupan todas las etapas de la enseñanza en aquellas localidades rurales donde no hay población suficiente para crear un instituto.
Las escuelas rurales son una resistencia necesaria para mantener nuestros pueblos vivos y un ejemplo de cómo la vocación de los maestros logra mejorar los índices de calidad de la enseñanza. Al contar con pocos estudiantes en cada aula, los docentes pueden aplicar métodos de aprendizaje basados en la pedagogía activa, en el trabajo en equipo y prestar una atención personalizada a pequeños y pequeñas. Se trata de una educación a fuego lento, que se adapta a los ritmos de las estaciones y en la que niños y niñas pueden aprender de biología recogiendo las hojas que caen de los árboles en otoño y comprender el vuelo de los pájaros observándolos surcar el cielo. La educación rural enseña lo universal desde lo local, teje vínculos fuertes con el entorno y es el principal promotor cultural de nuestros pueblos.
Pero no todo es bucólico en la enseñanza rural. Bien lo saben los cientos de maestros y maestras madrileños que cada día se ven obligados a recorrer decenas de kilómetros en sus coches de una escuela a otra y que no cuentan -a diferencia de lo que ocurre en otras comunidades autónomas-con un seguro de accidentes especial ni con las reducciones horarias que deberían aplicarse a quienes pasan tantas horas al volante entre dos centros laborales. Tampoco gozan de ningún reconocimiento especial por su ingenio y polivalencia, más que notables pues enseñan a alumnos de edades muy distintas al mismo tiempo y de modo que todos avancen a la par.
Los estudiantes, por su parte, también sufren la desatención institucional por parte del Gobierno de Madrid, que no orienta ningún esfuerzo a asegurar que las escuelas situadas en el ámbito rural sean centros que compensen la falta de oferta cultural existente en los pueblos. Al final son los propios maestros quienes terminan organizando cinefórums, bibliotecas o exposiciones en su tiempo libre para tratar de suplir con su pasión por la enseñanza –un plus no remunerado ni reconocido- la irresponsabilidad del Ejecutivo.
Que los pueblos no interesan al Gobierno de Garrido es algo que puede comprobarse con la visita a cualquier CEIP y la consecuente constatación de que los equipamientos son mucho más precarios que los de la mayoría de institutos urbanos. Tampoco se apuesta por implantar en los institutos ciclos formativos que se adapten a las necesidades del mundo rural y que permitan que los jóvenes puedan aprender profesiones que les posibiliten quedarse en sus pueblos.
Desde CCOO llevamos años reivindicando un mayor cuidado a toda la comunidad educativa rural, tan invisibilizada como necesaria. Aunque el Gobierno regional se empeñe en dejar morir a nuestros pueblos, nosotros seguiremos defendiendo que el futuro pasa por conservar la escuela rural. Por eso vamos a poner todas nuestras fuerzas para que los niños que nazcan en cualquier localidad madrileña de menos de 5.000 habitantes tengan las mismas oportunidades que los que lo hacen en la ciudad. No queremos registrar la historia de más pueblos muertos, convertidos en fósiles, sino promover una educación de calidad que los provea de vida y de futuro.