Cosas de mujeres
«Es obvio el que los valores de las mujeres difieren con frecuencia de los valores creados por el otro sexo y sin embargo son los valores masculinos los que predominan.» Virginia Wolf
Casi la mitad de las mujeres españolas, 47,4 exactamente, seríamos pobres si viviéramos solas, el doble que los hombres que sería el 23,8. Este riesgo de pobreza existe a lo largo de toda nuestra vida porque un número muy alto de mujeres no tiene ningún ingreso. Son nuestras madres, hermanas, hijas o abuelas. Un mayor nivel de estudios o una mejor posición en el mercado laboral son factores de protección con impacto limitado si no se acompañan estrategias de emparejamiento adecuadas que eviten el riego de empobrecimiento.
Las políticas de austeridad y la Reforma laboral han agravado la situación. Las mujeres excluidas han aumentado. La brecha salarial es ahora de casi el 24% tras retroceder a niveles del 2002. Ahora las mujeres tenemos que trabajar 67 días más al año para ganar el mismo salario que un hombre. Eso cuando tenemos un contrato a tiempo completo porque el 75% de las personas con contrato a tiempo parcial somos mujeres. Esta desigualdad se agudiza con la edad. La menor renta salarial y los contratos de menos horas aseguran prestaciones de desempleo y pensiones más bajas. Por ello, el 28% de las mujeres trabajadoras estamos en riesgo de exclusión social.
Para acceder al empleo las mujeres necesitamos mayor nivel de estudios. Es más difícil encontrar trabajo y nos quedamos más fácilmente en el paro. Si perdemos el trabajo tardamos una media de 17,8 meses en volver a encontrar trabajo. Así le ocurre 2,7 millones mujeres españolas actualmente desempleadas. La mayoría tiene más de 45 años, ha estudiado la primera etapa de la educación secundaria y su tasa de protección por desempleo 20 puntos por debajo de los hombres de su edad.
La crisis, las políticas neoliberales y el desmantelamiento del Estado del Bienestar han hecho aumentar el número de mujeres relegadas al espacio privado, al hogar. El 83% de personas cuidadoras en el entorno familiar, son mujeres remuneradas o no. También ha disminuido el número de mujeres que denuncian la violencia de género y han aumentado los asesinatos machistas. Se ha producido un gran retroceso legal, informativo e ideológico hasta el punto de que algunos sectores neoconservadores renombran estas muertas y las llaman violencia doméstica para darle un carácter privado e individual. Oímos argumentaciones justificativas, descalificaciones, calificativos sexistas, desautorizaciones a nuestra forma de ser o comportarnos, a nuestros valores. Sufrimos la violencia real y la violencia simbólica.
Vivimos tiempos inciertos. Parece que estamos ante un fin de ciclo y quedan al descubierto las limitaciones. Se han han producido muchos avances pero se visibilizan las insuficiencias. Vemos los “techos de cristal” olos “suelos pegajosos” que crean las difícilmente franqueables relaciones de poder – dominación y sumisión – que dificultan o impiden que las mujeres lleguemos a los lugares de decisión. También vemos el “techo de cemento” al que nos autosometemos mujeres ante la posibilidad de acceder a lugares históricamente vetados a las mujeres por el coste personal que puede suponer. Los cambios legislativos no son suficientes sin otros cambios. Más visibles que nunca las subjetividades sobre nuestras relaciones o nuestro cuerpo, las construcciones sociales sobre nuestra identidad de genero, nosotras cuidadoras el amor romántico o la maternidad, los valores dominantes. Y también nuestra capacidad para resistir, luchar, resolver problemas, tejer redes o construir en clave colectiva, para el otro, para todos y todas.
Son cosas de mujeres, como la democracia o la justicia que para existir necesitan la paridad, la igualdad de derechos y de acceso a los recursos, a la educación o al poder. Por ello es necesario repensar la economía, la sociedad, la política, la educación, la ciencia, la cultura desde una perspectiva no patriarcal y feminista. Hemos de reequilibrar las fuerzas y colaborar para construir valores compartidos. La tarea común es transformar tanto los espacios privados como los públicos. Lo esencial es cambiar la sociedad y sin feminismo no será posible. Sólo si las mujeres somos iguales y libres para estudiar, trabajar, crear, investigar, escribir, amar, cuidar o gobernar será posible avanzar hacia el cambio que necesitamos. Y para eso luchar juntas ayer, hoy y mañana. ¡Qué viva el 8 de Marzo! ¡Qué viva la lucha de las mujeres!