Una urgencia social, un imperativo ético

Dignificar la función docente: una urgencia social, un imperativo ético

Muchos de quienes nos dedicamos a la docencia decidimos tomar ese camino inspirados por maestros que nos dejaron huella. Cualquiera que lea estas líneas podrá recordar sin apenas esfuerzo a algún profesor que le animó a ser mejor persona, que le ayudó a explorar nuevas sendas de conocimiento o que simplemente le sirvió de brújula en momentos de confusión y falta de referentes.

Decía el poeta W. B. Yeats que la educación no consiste en llenar un cubo, sino en prender un fuego. Y aunque todos tengamos claro el importante papel que juega la enseñanza a la hora de cimentar una sociedad más justa, más crítica y más igualitaria, lo olvidamos con frecuencia. Quienes nos dedicamos a la función docente lo hacemos con convicción y vocación, a pesar de que nuestro trabajo muchas veces se ve ensombrecido por quienes no valoran el estrés, el nivel de exigencia y la enorme responsabilidad social que conlleva ponerse cada día frente a un grupo de 30 estudiantes y tratar de transmitirles un conocimiento que les ayude a crecer, en el sentido más amplio de la palabra. Además, nuestra jornada laboral nunca acaba al salir del aula, pues las correcciones de exámenes y las reuniones con padres nos recortan horas del día y la preocupación por el bienestar de nuestros alumnos no finaliza al hacerlo el horario lectivo.

En teoría, cualquier institución pública debería ser consciente de la enorme relevancia que tiene la función docente y, en consecuencia, tendría que reconocer el trabajo del profesorado a través de medidas concretas. Sin embargo, el Gobierno regional de la Comunidad de Madrid se empeña en poner trabas a nuestra labor y deja así patente que la educación no se encuentra entre sus prioridades. Prueba de ello es el incumplimiento del Acuerdo Sectorial, que se pactó en 2017 y se publicó en enero de este año entre sindicatos y Ejecutivo regional para mejorar las condiciones del profesorado y que, en muchos puntos, amenaza con quedarse en papel mojado.

Los ejemplos de desatención institucional son múltiples. Por ejemplo, 2.800 cupos de maestros que debían incorporarse a las plantillas lo están haciendo de forma desorganizada, sin criterios transparentes, de tal modo que esos recursos son ilocalizables y estériles en los centros, incapaces de gestionar el aumento de alumnado y aquellas funciones de los docentes que sobrepasan las de la docencia directa. Un curso más las aulas están masificadas y hay falta de docentes para atender las necesidades del alumnado. Y los agravios no acaban aquí: las condiciones retributivas de los maestros madrileños se siguen alejando de la media nacional, algo incomprensible e injustificable en la región más rica del país y en un momento de crecimiento económico.

Ejercer como profesor o profesora en Madrid supone cobrar menos y trabajar más horas que en muchas comunidades autónomas. En la región, el complemento autonómico permanece completamente congelado desde 2017 y además el complemento de tutoría que recibe el profesorado de Educación Secundaria es exiguo en comparación al de otras regiones, a pesar de que tutorizar a los alumnos supone una de las principales funciones de un maestrodel profesorado. En la actualidad, la cifra es de apenas 38 euros y debería subir en un 400% para situarse en la media nacional, que roza los 160 euros. Por si fuera poco, aquellos docentes que desempeñan su función en centros de difícil desempeño no cuentan con ningún complemento que reconozca el nivel de implicación y dificultad de su trabajo.

Desde CCOO, llevamos años batallado sin descanso para lograr dignificar las condiciones del profesorado en Madrid, pues somos conscientes de que se trata de un imperativo ético mucho más urgente y necesario que esas campañas publicitarias que impulsa la Consejería de Educación para ensalzar nuestro trabajo al mismo tiempo que nos arrebata las herramientas para poder desarrollarlo con plenitud. No queremos más palmadas en la espalda, ni más expertos que jamás han pisado un aula diciéndonos cómo debemos actuar. Solo necesitamos los recursos para poder desarrollar nuestro trabajo con rigor y calidad.

Frente a su hipocresía y manipulación, incluso contra las “fake news” con las que pretender vender su gestión, nuestro compromiso con la educación madrileña abarca múltiples frentes. Desde CCOO hemos empleado la vía jurídica -denunciando las elevadas e ilegales ratios de las aulas- y la Justicia nos ha dado la razón. Asimismo hemos recurrido a la movilización social y a la presión mediática para conseguir revertir la senda de los recortes. Hemos logrado, entre otras medidas, un aumento del sueldo del profesorado según la evolución del PIB, la recuperación de las pagas extras que fueron recortadas durante la crisis y que el profesorado interino por fin cobre los veranos.

Sin embargo, todavía queda mucho por reconquistar para vencer definitivamente el pulso a la desprotección administrativa y lograr que toda la ciudadanía madrileña tenga acceso a la educación que nos merecemos. Se trata de contexto político y social convulso, por mucho que en él se quieran abrir paso posiciones tristemente conocidas en la educación madrileña: conocidos son los actores, el guion, sus arquetipos y aquellos que ejercen de cla para estas posiciones. Por eso toca empujar más que nunca para defender las condiciones laborales y profesionales del profesorado, para defender la educación pública.

Frente al modelo privatizador de la Consejería de Educación, de las políticas educativas que no creen en la profesionalidad del profesorado y que vulneran la libertad de cátedra, que promueven la desigualdad, la segregación o la exclusión, tenemos que seguir actuando para que la educación pública madrileña tenga un plan sólido que revierta los recortes, cumpla el Acuerdo Sectorial, tenga garantías jurídicas y recupere la normalidad democrática en el conjunto del sistema educativo. Es algo que nos debemos a nosotros mismos, a nuestro alumnado y a aquellos profesores y profesoras que nos inspiraron a la hora de inclinarnos hacia la enseñanza, una vocación tan imprescindible como institucionalmente maltratada. Es algo que le debemos a la sociedad madrileña, a la sociedad española, porque hoy más que nunca nos esperan ahí fuera, nos esperan en nuestras aulas, en nuestros centros educativas, se espera el impulso de nuestras posiciones, de nuestro deber ético, para alcanzar la educación que nos merecemos.